El candidato presidencial Jimmy Morales, en su casa de campaña. / JORGE DAN LOPEZ (Reuters). |
La ola indignación popular premia la antipolítica del comediante y teólogo Jimmy Morales. La segunda vuelta se celebrará el 25 de octubre
Jan Martínez Ahrens
Ciudad de Guatemala. elpais.es.
Comediante, teólogo y economista. El inclasificable y explosivo Jimmy
Morales, de 46 años, se alzó esta noche, escrutado el 65% de los votos,
con la victoria en la primera vuelta de las elecciones presidenciales
de Guatemala.
En un país que aún vive bajo los efectos de la revolución cívica que
llevó a la cárcel al anterior jefe de Estado, Morales y su discurso
antipolítico (26% del voto) se beneficiaron de los aires de cambio y de
una extraordinaria participación, cercana al 80%.
Como rival en la
segunda vuelta, el 25 de octubre, se perfila el oscuro multimillonario
Manuel Baldizón (17%). Dos figuras antagónicas, pero que comparten un
historial devorado por las sombras y cuya estatura queda muy lejos de la
vertiginosa ola de indignación que ha puesto contra las cuerdas al
sistema guatemalteco.
Baldizón, el hombre al que todos daban como presidente antes de la
revolución cívica, es un ejemplar refinado de la vieja política. Dueño
de una fortuna de origen incierto, se le conoce popularmente como Doctor Copy and Paste
por haber plagiado gran parte de su tesis doctoral.
En su largo camino
al poder (ya fue candidato en 2011) ha construido un partido, Libertad
Democrática Renovada, que se ajusta disciplinadamente a los
requerimientos del sistema guatemalteco: un universo dominado por
formaciones sin ideologías definidas y que únicamente sirven de vehículo
de ascenso a sus líderes. Como remate, Baldizón presenta de candidato a
la vicepresidencia al polémico Edgar Barquín.
Este antiguo gobernador
del banco central ha sido acusado por la Comisión Internacional contra
la Impunidad de Guatemala y la fiscalía de formar parte de una
organización criminal de lavado de dinero.
Frente a este perfil tan borrascoso, Morales ofrece la cara amable de la antipolítica, la de un humorista de sal gruesa, conocido por su programa televisivo Moralejas.
Su ascenso y victoria ha sido la principal sorpresa de estas
elecciones. Favorecido por los vientos de cambio, el electorado ha
premiado su discurso antioficial y su alejamiento de la ortodoxia.
Pero
detrás de su iconoclastia se esconden intereses poco claros, entre
ellos, el apoyo de sectores más duros del Ejército. Que su estrella se
mantenga en la segunda vuelta dependerá de su capacidad para soportar la
presión de Baldizón (si este logra pasar el listón), el único con
capital suficiente para seguir en carrera estos dos meses.
Bajo estas condiciones, Guatemala se interna en territorio desconocido. La llamada revolución de la dignidad
se ha quedado sin su principal combustible. Encarcelados el general
Otto Pérez Molina y la vicepresidenta Roxana Baldetti, la protesta corre
ahora el riesgo de diluirse.
Y aunque sus promotores la quieran
mantener viva como movimiento de regeneración política, los analistas
alertan de que esa masa heterogénea y transversal que ha asombrado al
mundo puede acabar disgregándose en una infinitud de corrientes sin
voltaje suficiente para someter a una clase política acostumbrada a
siglos de depredación.
En este escenario de incertidumbre no hay actor
que no luzca la señal de la provisionalidad. El Gobierno, hasta que
culmine el traspaso de poderes el 14 de enero de 2016, ha quedado en
manos de un presidente interino cuyo principal mérito ha sido la
sucesiva caída de la vicepresidenta y del jefe de Estado.
Las elecciones tampoco han traído ninguna respuesta clara.
La clase política guatemalteca anda muy por detrás de su pueblo y
ninguno de los 14 candidatos presidenciales en liza ha sido capaz de
ponerse claramente al frente de las enormes energías liberadas por la
sociedad civil para desembrazarse del general Pérez Molina.
Tras los
días de gloria vividos esta semana, una nube de frustración pesa en el
ambiente, y muy pocos en Guatemala confían en que de alguno de los dos
aspirantes pueda venir la transformación radical que requiere el país.
La ciudadanía, ante esta perspectiva, ha puesto la confianza en el
congelador. Las manifestaciones de los últimos meses han demostrado su
poder y muchos ciudadanos aseguran que volverán a salir al menor
retroceso.
Pero la propia dinámica de la protesta, espontánea y acéfala,
la hace peligrar. Y si este movimiento decae, la posibilidad de una
vuelta atrás es evidente. El 50% de la financiación de los partidos,
según la ONU, procede de estructuras mafiosas, entre ellas, el narco, y
la corrupción, como han demostrado los últimos casos, está incrustada en
las magistraturas más altas de la nación. Guatemala, golpeada por años
de sangre y fuego, sigue en riesgo.
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