José Antonio Aybar F.
Estoy de acuerdo, en parte con Wilfrido Vargas, cuando dice que el dembow no es música, pero no puedo, como sí lo hizo el Beduino Mayor, desconocer que es un ritmo, más no un género, como muchos erráticamente definen, que está enquistado en el gusto de un segmento de la población que se ve reflejado en esos superheroes marginales, surgidos en barriadas y cañadas de Santo Domingo y pueblos y parajes del interior.
Son sus ídolos, creados a fuerza de golpe, en calles y callejones, que se han abierto paso en un medio hasta hace unos años hostil para la penetración de “esos muchachos”, como muchos le llamaban.
Pero el “tsunami” que arrasaba discotecas y páginas musicales en la internet no pudo ser detenido por la radio.
Y como fenómeno trajo consigo lastres y accesorios que en el momento de la avalancha se fusionaron dando paso a ese movimiento urbano que se ha convertido en el modus vivendi de esos “muchachos” marginados, que hoy pueden exhibir logros económicos jamás soñados.
Ayer fue el rap, el hip hop, el reguetón, hoy es el dembow, cuyos exponentes deben asimilar que para lograr sobrevivir y permanecer tienen el reto de combinar buena lírica, melodía, y asumir con respeto y responsabilidad el momento que les ha tocado para que su propuesta deje de ser un simple ritmo y se convierta en género que se agencie su propio nicho como los antes mencionados.
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