Llovía “a cántaros” sobre la ciudad, el lavador apenas había comenzado a empapar de agua mi vehículo, cuando desde la vellonera del car wash nos asaltó Felipe Pirela, con su especial versión de “Sombras”: “quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda verterla a tus pies, para poderte demostrar que más no puedo amar y entonces morir después…” Seguir Leyendo...
Uno de los asiduos visitantes al lugar, haciendo gala de “sus conocimientos” sobre “El Bolerista de América”, llamó la atención de una de las jóvenes que atienden el lugar cuando lanzó con la certeza del que compartió los últimos momentos de vida del intérprete: “a Felipe lo mató la mafia en Puerto Rico”.
Fue difícil, creo que imposible, convencer a éste hombre y a la joven que se debatía entre la confusión y la incredulidad, de que las autoridades puertorriqueñas y los biógrafos del artista, aseguraron que se trató de en un hecho confuso, desconocido hasta la fecha, el ocurrido aquella fatídica noche del 2 de julio de 1972, cuando una bala cegó la vida de Pirela. “Pude ser feliz y estoy en vida muriendo y entre lágrimas viviendo el pasaje más horrendo de este drama sin final”, terminó cantando el hombre casi convencido.
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