José Antonio Aybar F.
Columna publicada en febrero del 2011,
un año y dos meses antes de la entrega de hoy. Nada ha cambiado.
Próximo a la entrega de los premios Casandra siempre surgen opiniones sobre quién o quiénes merecen El Soberano, máximo reconocimiento de esta premiación cuya responsabilidad de decidir a qué manos debe ir es del Comité Ejecutivo de la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte) y de sus ex presidentes, constituídos en Consejo de Asesores.
Respetuoso, como siempre, de todas las opiniones y análisis que giran en torno a este importante galardón, a veces tenemos que reirnos, no de burla, pero sí de disfrutar como el amiguismo y, muy pocas veces, la ignorancia, coloca nombres en un sitial al que hay que llegar después de un trabajo trascendental o de una trayectoria de vida (no voy a entrar en detalles del manido tema de qué debe tomarse en cuenta).
Hoy no pretendo escribir sobre quién o quiénes merecen un Soberano, de hecho hay decenas de buenos artistas que lo se lo han ganado, y habrá de llegar el momento en que se haga justicia con cada uno de ellos, pero en vida.
No somos dados a proponer candidatos para El Soberano por amiguismo o quién sabe cuáles otros intereses. Quienes nos han visto accionar en asambleas de evaluaciones y nominaciones en Acroarte saben de sobra que a la hora de debatir una categoría donde podríamos tener cualquier relación profesional, nos retiramos del debate como lo establece el reglamento del premio.
Que no todos lo hagan, allá ellos y su conciencia. Para la escogencia de El Soberano debemos apartarnos de las pasiones.
Modificación reglamento
Desde hace unos años hay voces a lo interno de Acroarte que propugnan por una modificación y adecuación del reglamento del premio a los nuevos tiempos y, en ese sentido, provocar una mejora sustancial en criterios y decisiones que vayan a tono con la realidad artística del país.
Pero, sobre todo, que oblige a los miembros de la institución a ser más críticos en la escogencia de los nominados y dejar el amiguimismo y, algunos, los intereses particulares que a la hora de deliberar provocan recelos, choques y situaciones que no se compadecen con lo que el público y los propios nominados esperan a la hora de hacerse pública las nominaciones. Ojalá en esta ocasión comiencen los cambios. (Columna Testigo).
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