Una revelación del veterano periodista Leo Hernández sobre el despertar del sueño de la eterna juventud que nos tocará a todos por igual. Análisis bien ponderado y que nos deja una enseñanza de cómo debemo vivir para disfrutar cada minuto a plenitud.
Por Leo Hernández
No pocos son los humanos que quisieran accesar al elíxir de la eterna juventud, si existiera, para no llegar jamás a la vejez, aún cuando los estadios de disfrute y experiencia que se acumulan en el otoño de la existencia son difíciles de encontrar en nuestras primaveras. Seguir Leyendo...
Actitudes, decisiones, gustos y hasta decires de nuestros años mozos cambian y se transforman desde que empezamos a traspasar los umbrales de la llamada tercera edad, acusando mayor madurez, menos emotividad, más paciencia y una dosis creciente de tolerancia y comprensión hacia los demás.
Como reconozco y confieso que hoy soy menos emotivo que ayer, más paciente que en la víspera, siento estar más maduro en mis decisiones, más racional en mis reacciones y tolerante y comprensivo en extremo, creo que me estoy poniendo viejo, lo que –en cierto modo- me halaga y agrada.
De mi nutrida prole me llega la convicción profunda de que quizás por ser tantos sus integrantes, no faltarán en ella los que, al igual que yo, serán practicantes activos en la búsqueda de la prolongación de la especie.
En los mayores de mis hijos, todos varones, observo la herencia de la capacidad y la entrega al trabajo, el interés y solidaridad con lo colectivo sin menoscabo del amor por lo propio y un desamor de juventud por la fortuna y la eventualidad de la riqueza fácil, no siempre de origen transparente.
Mientras, algunos otros ejemplos en mi prole me hacen sentir la vejez. Veamos: Mi hija mayor, casi recibida en comunicación social, me satisface al demostrarme que lee algo más que paquitos cuando domina y analiza temas que hasta muchos periodistas en ejercicio ignoran.
Mi hijo que va a iniciar sus estudios de ingeniería industrial ya me da clases sobre el uso de las computadoras y domina mucho más que yo la utilización de diversos programas informáticos, algo inimaginable cuanto yo tenía su edad.
Mi hija quinceañera me considera anticuado, aunque me brinda amor y cariño a raudales, porque la música de Daddy Yankee no me causa furor; mi hermano ya cuarentón pero que se resiste a llegar a los 20 me ve atrasado porque no me gusta el mambo violento de Omega, y mi hijo de 13 me explica con fluidez las situaciones meteorológicas haciéndome entender con más facilidad las condiciones climáticas.
Los más pequeños, al igual que mis nietos, viven a plenitud su niñez y disfrutan de la vida como si fuera un espectáculo en el que ellos son actores principales.
Entretanto, ya casi en la mitad del tránsito entre los 50 y los 60, yo disfruto todavía de ellos, de lo que hacen …y de lo que yo hago.
Resentimientos, celos profesionales y personales, traducidos en intrigas e insidia, generalmente motivadas por la mediocridad, la envidia y la incapacidad, resbalan por la coraza que me he autoimpuesto en la cotidianidad.
Pese a todo, admito que me estoy poniendo viejo, aunque en algunas cosas no tengo dudas de que sigo siendo joven.
*El autor es periodista y consultor de comunicación.
creaimagen.sa@gmail.com
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