El ciudadano común se está dejando contaminar con el accionar de los políticos tradicionales en República Dominicana. Que es lo mismo decir de todos los políticos que han sido protagonistas de la política vernácula durante los años que le han sucedido al asesinato del sástrapa Rafael Leonidas Trujillo, ajusticiado el 30 de mayo de 1961.
Las leyes más elementales de la convivencia y la ética se han perdido, gracias al ejemplo que desde las instituciones del Estado han transmitido los "dueños del país" (no los transportistas, que no sabemos si están más desacreditados que los polititicuchos de esta media isla) que también se escudan en cargos ministeriales y congresionales.
Mientras el latrocinio, el dolo, el tráfico de influencias, la depravación, han trascendido los linderos de la lógica y se ha aposentado en la siquies de políticos degenerados, capaces de "quitar del medio" a quienes se interponen en sus sucios manejos, la sociedad va en franco deterioro, sin esperanza alguna de que aparezca un Chapulín Colorado capaz de casarse con la gloria y devolverle a este país la confianza en sus instituciones y sus hombres.
Estamos asistiendo a la arrabalización del accionar, y en política es peor, porque ya no quedan políticos capaces de cumplir con su deber al frente de la cosa pública sin dejarse tentar por alzarse con el dinero del herario que pertenece a todos los dominicanos.
Es por eso que todavía, a miles de años, desde que encendió su lámpara, seguimos como Diógenes, buscando, en la política dominicana, al hombre honesto.
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