“El corazón de una madre es el capital que nunca quiebra, y con el cual se puede contar siempre y en todo tiempo con toda seguridad”. (Montegazza).
“La felicidad no se compra, se busca día a día y de seguro que se encuentra en cada sonrisa y en cada abrazo sincero”, le escuché decir a doña Sonia, una señora de unos 90 y tantos años de edad, que con el paso del tiempo recuerdo como si fuera ayer, por su inteligencia nata. La escuché decir esta frase que no olvido, allá, a mediado de los años 70, cuando, siendo un niño, escuchaba sus sabios consejos y una que otra anécdota, con las que, junto a sus nietos, mis amigos de entonces, quedaba ensimismado por esos extensos discursos.
Hoy la recuerdo, a penas a dos días de celebrarse el Día de las Madres y llega junto a sus sabias palabras la imagen imborrable de doña Consuelo, mi madre, quien era la felicidad echa mujer.
Su paso por esta tierra así fue y hoy, a casi dos años de su partida, uno la frase de doña Sonia a ese afán de doña Consuelo por hacer feliz a todo aquel que se acercaba a su entorno.
De fácil sonrisa y con un temperamento fuerte y suave a la vez, que ponía en práctica cuando lo requería la ocasión.
Un ama de casa con sólidos valores morales que fue inculcando a cada uno de sus siete hijos, a los que terminó de criar cuando en 1980 murió nuestro padre.
Y veo en su rostro, en sus ojos y en su eterna sonrisa, a esas miles de madres que hoy son soporte de familia en esta época convulsa donde se requiere más de la sonrisa y un temple de acero para defender esa felicidad necesaria para lograr salir adelante.
La grandeza de ser madre se puede ver patentizada en esta frase de Federico García Lorca: “Mamá. Yo quiero ser de agua. Hijo, tendrás mucho frío. Mamá. Bórdamé en tu almohada. !Eso sí! !Ahora mismo!”
Y en honor a todas las madres concluímos con ésta de Guy de Maupassant que encierra toda una gran verdad:
“Amamos a la madre casi sin saberlo; y tan sólo percibimos toda la profundidad de las raíces de este amor en el momento de la última separación”.
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